LA IGLESIA POPULAR DE BERGOGLIO

LA CRISIS DE LA IGLESIA Por Benedicto XVI La Iglesia y el escándalo del abuso sexual.

EN DEFENSA DE LA FE Documento del Vaticano Ad tuendam fidem.

COMUNIÓN EN LA MANO Las mentiras del P. Balsa y Mons. Sueldo.

COMUNIÓN EN LA MANO (2) Comentario al libro de Mons. Laise.

MONS. KARLIK Y LA MASONERÍA Nueva fraternización.

MONS. KARLIK Y LA GUERRILLA En defensa del MTP.

ROMA Y LA MASONERÍA Documento del Vaticano.

LA IGLESIA Y LA GUERRILLA La mala memoria de nuestros obispos.

CURAS TERCERMUNDISTAS EN ARGENTINA (informe periodístico)

ENEAGRAMA El influjo nefasto sobre la religión.

VIEJOS ERRORES... QUE VUELVEN Lista de algunos famosos descarriados.

HOMENAJES A MONS. ANGELLELI Documentos probatorios.

HISTORIA DEL MODERNISMO

ACERCA DE CIERTA EXÉGESIS (MODERNISTA)

TEOLOGÍA NUEVA: natural-sobrenatural

EL TERCER SECRETO DE FÁTIMA Falso mensaje.

UN OBISPO MÁS IMPORTANTE QUE EL PAPA: WALTER KASPER. por el Card. Ratzinger.

IGLESIAS HERMANAS La única Iglesia de Cristo.

HUMANI GENERIS Pio XII contra el modernismo


ORÍGENES HISTÓRICOS DE LA EXÉGESIS MODERNISTA

ORÍGENES HISTÓRICOS DE LA EXÉGESIS MODERNISTA

La "estrella polar"

Es célebre el aforismo (del griego apo [separación] y horizo [limito, defino]: sentencia o precepto expresado con pocas palabras que resume toda una doctrina) de aquella cumbre de la genialidad que fue San Agustín: "yo, en verdad, no creería en el Evangelio si no me moviera a ello la autoridad de la Iglesia Católica" (Ep. contra Manicheos, 5, 6; P.L. 42, 176). El P. Agostino Trapé, agustino, gran investigador del fundador de su Orden, ofrece un precioso comentario del célebre aforismo en el cap. XIII de su óptima biografía San Agostino, l'Uomo, il Pastore, il Mistico (Ed. Esperienze: Fossano, 1976): "encontré la estrella Polar con que orientarme". La "estrella polar" es la autoridad divina de los Libros Sagrados y la autoridad que infaliblemente los conserva y garantiza: "un largo y lento proceso de reflexión convenció a San Agustín de que esta autoridad es la de la Iglesia Católica [Confesiones, l. 6, c. 5] (...) Fue al escribir contra los Maniqueos cuando acuñó el célebre aforismo susomentado. La profunda verdad que contiene la intuyó en Milán, mientras iba buscando la estrella polar que le orientara en su camino".

     "Aunque con el corazón lleno de inquietudes penosísimas -escribe San Agustín-, permanecía, sin embargo, sólidamente arraigada en él la fe en la Iglesia Católica" (Confesiones, l. 7, c. 5). Sólo leyendo las epístolas de San Pablo halló "el inefable misterio de Cristo", "conoció la humildad que confiesa su propia insuficiencia e implora la gracia", y se le mostró finalmente el rostro de la verdadera "filosofía". Era la "filosofía" de San Pablo. La "filosofía" de Dios creador..., de Cristo "poder y sabiduría de Dios", la filosofía de la Cruz y de la humildad cristiana. "¿Cuál es el motivo de que no queráis ser cristianos -reprocha a los neoplatónicos- sino éste: que Cristo vino con humildad y vosotros sois soberbios (...) La senda de la humildad viene de Cristo" (A. Trapé, op. cit., págs. 134 y ss.).

      El otro celebérrimo aforismo, Roma locuta est, causa finita est [Roma habló, la disputa terminó], lo pronunció San Agustín en Cartago, cuando el Papa Inocencio I condenó la doctrina pelagiana (27 de enero del 417): "sobre esta cuestión se envió a la Sede Apostólica el juicio de dos concilios [concilios provinciales de Milevi y Cartago, año 416]. Llegó la respuesta de la Sede Apostólica. La disputa terminó. ¡Plegue al Cielo que acabe también el error!" (ibi, pág. 218).

     Uno de los grandes poetas, Dante, al enseñar de nuevo la misma doctrina, describe con imágenes eficaces la suerte de quien se rebela contra la autoridad divina de la Sagrada Escritura y de la Iglesia, custodio e intérprete de aquélla, y se extravía por eso tras las "fábulas" de su propio pensamiento: "sed, cristianos, más cuidadosos en vuestras acciones; no seáis como pluma a todo viento y no creáis que toda agua os lava. Tenéis el Nuevo y el Antiguo Testamento y el Pastor de la Iglesia que os guía; que eso os basta para vuestra salvación. Si los malos deseos [vuestras pasiones] os gritan otra cosa [os empujan a otra cosa], sed hombres y no ovejas locas, para que el judío que está entre vosotros no se ría. No hagáis como el cordero, que deja la leche de su madre [la Iglesia] y, bobalicón y antojadizo [disoluto e indisciplinado], lucha él contra su propio bien [brinca y se refocila a su antojo]" (Paraíso, canto V, vv. 73-84). Espectáculo éste tan frecuente hoy, en estos años de barahúnda postconciliar.

La deriva de Loisy

    Condenado por San Pío X (8 de septiembre de 1907), el modernismo retornó victorioso con el Concilio, partiendo del campo bíblico una vez más. Fuente directa para la historia del modernismo son los tres volúmenes autobiográficos de Alfred Loisy, su corifeo: Mémoires pour servir à l’histoire religieuse de notre temps (I, 1857-1900; II, 1900-1908; III, 1908-1927; París, 1930-1931). Marie-Joseph Lagrange, o.p., nos servirá de guía: M. Loisy et le modernisme. A propos des Mémoires (Du Cerf, París 1932).

     Loisy y Lagrange, exégetas ambos, fueron contemporáneos y se encontraron, pero tomaron dos direcciones diametralmente opuestas. El P. Lagrange, dominico (1855-1938), en el largo decurso de su fecunda y laboriosa actividad de investigador, tuvo puesta la mira en la "estrella polar" que había usado San Agustín para orientarse: la autoridad divina de la Sagrada Escritura y la autoridad infalible de la Iglesia, y se dejó guiar con humildad por las directrices del Magisterio. Loisy (1857-1940) desanda, en cambio, lo andado por el gran Agustín.

      En el seminario mayor de Châlons, Loisy había aprendido el "misterio de Cristo", el ardor y la humildad del apóstol Pablo, el Magisterio infalible de la Iglesia, "Madre de los Santos", que nos guía y nos asiste desde la cuna hasta el encuentro con el Juez Supremo, y por la cual había sido consagrado "ministro" suyo, sacerdos in aeternum (29 de junio de 1879). No obstante, confiesa cándidamente en sus Mémoires (I, 154), apenas siete años después, ya en 1886, comenzó "a sentirse completamente contrario a la Iglesia". ¿Qué había pasado en tan breve lapso de tiempo? Había sucedido que su actividad intelectual había desarrollado y arraigado en él una mentalidad racionalista. Es el peligro que corren todos aquellos cuya vida intelectual no está disciplinada por una vida espiritual ferviente: la mente, gozando de su actividad, se forja ilusiones de autosuficiencia, y se ciega a cualquier otra luz que no sea la de la razón; este orgullo intelectual, de impronta satánica, es el alma del racionalismo.

      Y, sin embargo, dos años después de su ordenación, Loisy había logrado por mediación de Mons. Duchesne establecerse en París como alumno y, muy pronto, profesor del Institut Catholique, docente de la asignatura de hebreo, a la que se agregó la de exégesis, inicialmente del Viejo Testamento, y más tarde también del Nuevo, su materia preferida. Loisy comenzó a escribir en algunas publicaciones contra la inspiración divina y la inerrancia de los Libros Sagrados (¡es el mismo primer paso que dieron en 1960, por la senda del neomodernismo, los jesuitas del Instituto Bíblico Pontificio!). Descartando la luz de la fe para dar el primado a sola la razón, a la "alta crítica", aplicó a la Sagrada Escritura las teorías más extremistas del racionalismo protestante. Para los Evangelios, recurrió a la obra más discutida entonces de David Friedrich Strauss, Das Leben Jesus, Kritisch bearbeit [Vida de Jesús reelaborada críticamente], y con Strauss (1808-1874) eliminó todo lo sobrenatural de los Evangelios, atribuyéndolo a la elaboración "mitológica" de la "comunidad primitiva", retrasando con tal objeto al siglo segundo la composición de los Evangelios.

      El equívoco entre el mundo creado por Dios y el "mundo" enemigo de Dios es evidente. Cualquier buen cristiano estaría en disposición de disiparlo, pero Von Balthasar, «el hombre más culto de nuestro tiempo», como era elogiado por De Lubac, parece haberse enredado en él, junto con Don Giussani. Pero la confusión es tan banal que resulta espontáneo preguntarse si Von Balthasar y los cultivadores de la nueva teología no pretenden más bien enredar a los demás.

Roma locuta est

El 18 de noviembre de 1893, León XIII expuso con claridad meridiana, en la Providentissimus Deus, la doctrina católica sobre la Sagrada Escritura, definiendo particularmente la naturaleza de la inspiración divina y su efecto directo: la inerrancia absoluta, de hecho y de derecho, de la Sagrada Escritura. Se sancionaba así la enseñanza perenne del Magisterio infalible, desde el consenso unánime de los Padres hasta los Concilios ecuménicos, Tridentino y Vaticano I (1870) sobre todo. Escribe el P. Lagrange (op. cit., pág. 122): "al leer este luminoso documento me embargó una gran alegría". Y para la inerrancia absoluta, el P. Lagrange se remite a la encíclica (Revue Biblique, 1896, pág. 500), "bastante formal y explícita sobre este punto", "la autoridad más alta posible"; en efecto, la encíclica se hace eco del consenso unánime de los Padres y, por ende, de la Tradición divino-apostólica: "los Padres son unánimes... La encíclica no es más que el eco de su doctrina constante, confirmada, como tan bien dice León XIII, por una conducta siempre idéntica a sí propia; es decir, por la preocupación dominante de demostrar la inmunidad de todo error de la Sagrada Escritura" (Spadafora, Leone XIII e gli studi biblici, Rovigo 1976, p. 83).

      Loisy pareció someterse a la Providentissimus al declarar: "experimento un gran consuelo al protestar ante el Vicario de Cristo, con sencillez de ánimo, mi sumisión completa a la doctrina promulgada por él en la encíclica sobre la Sagrada Escritura" (cit. por Lagrange, op. cit., pág. 88). Pero no era más que un subterfugio para continuar desde dentro la demolición del catolicismo. En sus Mémoires (I, pág. 314) escribirá Loisy: "me permitía insinuar al Papa, directa y lealmente [sic], que su encíclica era muy buena para la dirección de teólogos y predicadores; pero que los historiadores y los críticos debían dejarse guiar por otros principios", haciendo así pasar sus fórmulas de sumisión por una audaz lección al Sumo Pontífice (ibi, pág. 89).

       En realidad, Loisy confiesa con cruda claridad en las mismas Mémoires el método fraudulento usado para introducir su veneno en el "cuerpo místico" de Jesús. "Tengo conciencia -escribe (II, pág. 455)- de haber empleado las mayores astucias para hacer penetrar un poco de verdad en el catolicismo... En efecto, me he abstenido siempre de demostrar ex profeso la falta de verdad del catolicismo". Y en II, pág. 397, "logomaquias metafísicas aparte, yo no creo en la divinidad de Jesús... y considero la encarnación personal de Dios como un mito filosófico [igual que Strauss]. Cristo tiene menos parte en mi religión que en la de los protestantes liberales, porque no doy tanta importancia como ellos a esta revelación de Dios-Padre con que ellos [Harnack] honran a Jesús. Si soy algo en religión, soy panteo-positivo-humanitario, más que cristiano".

       En consecuencia, la Iglesia, según Don Giussani, no trae nada nuevo al hombre, sino que se limita a volver a despertar algo que ya está en el hombre, aunque adormecido. ¿Debemos creer tal vez que en el hombre ya está adormecida la Divina Revelación, con la noción de la Santísima Trinidad, de la Encarnación del Verbo, de la vida sobrenatural, etc.? ¿O debemos más bien pensar que para Don Giussani estas verdades sobrenaturales, que el hombre no puede conocer sólo con la luz de la razón ni por medio de ninguna "experiencia", jamás han sido reveladas por Dios?

         Lagrange observa (op. cit., pág. 142): "todo eso se envolvía en su expresión de apego a la Iglesia, sincero a su modo, porque la Iglesia aún era a sus ojos la mejor ‘chance’ [oportunidad] para la humanidad de elevarse a cierta altura moral o mantenerse en ella. Satisfacía así su instinto ‘positivo’ ".

         Loisy desdeñó la fúlgida luz encendida por la Providentissimus contra las tinieblas que "la alta crítica" continuaba condensando y difundiendo contra "la autoridad divina" de los Libros Sagrados, de los Evangelios en particular; el racionalismo alemán había perdido "la estrella polar" de su camino, y fiaba en sola la razón tras renegar de la autoridad divina de la Iglesia, único custodio e intérprete de la Sagrada Escritura por mandato divino. Y, mientras Lagrange exultaba Roma locuta est, causa finita est, Loisy, inmerso por entero en las tinieblas del racionalismo alemán, perseveró en el error.

Procedimientos de modernistas

         En 1902, en respuesta al libro de Harnack Das wesen des Christentum [La esencia del Cristianismo, 1900], Loisy publicó el librito L’Évangile et l’Église [ElEvangelio y la Iglesia]: "mi impresión fue inmediata, neta, decisiva -escribe Lagrange-. Esta vez el velo se había desgarrado. No sólo Loisy no era ya creyente y se apartaba de la Iglesia, sino que lanzaba contra el dogma y contra la Iglesia un ataque tanto más peligroso cuanto que se presentaba como una apología" (op. cit., pág. 123).

        Loisy habla así de ello en sus Mémoires (II, pág. 168): "históricamente hablando, yo no admitía que Cristo hubiera fundado la Iglesia y los Sacramentos; profesaba la creencia de que los dogmas surgieron gradualmente y que por eso no son inmutables; lo mismo admitía para la autoridad eclesiástica, de la cual hacía un ministerio de educación humana... No me limitaba, pues, a criticar a Harnack, sino que insinuaba, con discreción pero efectivamente, una reforma esencial de la exégesis católica, de la teología oficial, del gobierno eclesiástico en general... Una parte de mi libro podía gustar a todos los católicos; la otra parte, a pesar de las preocupaciones de mi lenguaje y aunque se presentaba disimulada en la primera, podía suscitar oposiciones". "En vez de ‘parte’ habría debido escribir ‘aspecto’ -comenta Lagrange (págs. 107 y ss.)-, porque todo anda meclado en el pequeño libro rojo [El Evangelio y la Iglesia]. Todo en él es refutación de Harnack y todo destrucción de la Iglesia tal cual es (...) El procedimiento no era leal".

         Lo que contribuía a la permanencia del equívoco sobre la posición de Loisy, era el silencio sobre la divinidad de Cristo. Los buenos podían pensar que, al escribir él sobre la Iglesia, la divinidad de Jesús era un artículo de fe del que había hecho abstracción para no tratarlo a la ligera, ya que le reservaba otro tratado. Algunos, empero, vieron claro y objetaron a Loisy que su Jesús era inferior a Sócrates. Y, efectivamente, escribirá Loisy en la segunda edición del "librito rojo": "según la lógica de la razón, si la idea del reino es inconsistente, cae el Evangelio como revelación divina. Jesús es tan sólo un hombre pío que no ha sabido liberarse de su piedad, de sus dueños".

       San Pío X no se dejó engañar: después del elenco de los principales errores en el decreto Lamentabili (4 de julio de 1907), vino la solemne condena del modernismo con la encíclica Pascendi del 8 de septiembre de 1907. La mayor parte de las frases condenadas se habían tomado de las obras de Loisy y del otro corifeo del modernismo, el inglés George Tyrrell, nacido en Dublín el 2 de febrero de 1861; abandonó la religión anglicana para convertirse al catolicismo, entró en la Compañía de Jesús (1879) y fue ordenado sacerdote en 1891. Tyrrell quiso explicar "simbólicamente" la teología y el dogma, y también él acabó repudiando "la autoridad divina" de la Iglesia. En el 1906 salió de la Compañía de Jesús. Excomulgado el 22 de octubre de 1907, murió el 10 de julio de 1909. Se fulminó excomunión contra Loisy el 7 de mayo de 1908; murió en París el 1 de junio de 1940 sin dar muestras de arrepentimiento.

La orden de volver a la "polar"
        Hacia el fin de su glorioso y largo pontificado, León XIII instituyó la Pontificia Comisión Bíblica, con lo que completó la obra, realmente fundamental para el estudio de la Sagrada Escritura, iniciada con la encíclica Providentissimus del 1893, expresión solemne del Magisterio infalible de la Iglesia (véase al respecto la voz redactada por Francesco Spadafora para el Diccionario Bíblico dirigido por él, Ed. Studium, Roma 1963, 3ª edición).

        Con la Carta Apostólica Vigilantiae (octubre de 1902), León XIII confiaba a la Pontificia Comisión Bíblica precisamente el cometido de hacer volver a la exégesis católica a su "estrella polar", contra la perversa fascinación de un falso "arte crítico": bien que sin desatender "los nuevos descubrimientos de la investigación moderna", los miembros de dicha Comisión "deberán encargarse de que no se afirme entre los católicos ese modo de pensar y actuar, absolutamente reprobable, que lleva a sobrevalorar, por desdicha, las tesis de los heterodoxos, como si la genuina inteligencia de la Escritura hubiera de buscarse ante todo partiendo de un sistema de conocimientos externos. En efecto, ningún católico puede albergar dudas sobre lo que otras veces hemos recordado con más amplitud: Dios no confió las Escrituras al juicio privado de los investigadores, sino que las consignó al Magisterio de la Iglesia para su interpretación: ‘en materia de fe y costumbres, que forman parte del edificio de la doctrina cristiana, debe considerarse como verdadero sentido de la Sagrada Escritura el que ha creído y cree la Santa Madre Iglesia, a la cual compete juzgar del sentido y de la interpretación auténtica de las Sagradas Escrituras y que, en consecuencia, a nadie le es lícito interpretar la Sagrada Escritura contra este sentido y contra el consenso unánime de los Padres’. La naturaleza de los libros divinos es tal, que para iluminar la religiosa oscuridad que los envuelve no sirven las leyes hermenéuticas sin más, sino que es necesaria, por el contrario, aquella guía y maestra que Dios mismo dio; o sea: la Iglesia. Por ende, el sentido exacto de las Escrituras no podrá en modo alguno hallarse fuera de la Iglesia; ni podrá ser presentado por los que han rehusado su magisterio y autoridad (...) No tenemos nada en contra de que nuestros investigadores profundicen estos estudios, incluso recurriendo, con moderación, a la obra de algún autor no católico; procuren, con todo, no absorber también a causa de dicha familiaridad un modo arbitrario de juzgar. Muchas veces cae en esto el método crítico más refinado, y Nos hemos denunciado más de una vez los peligros de esta temeridad de juicio (...) Ciertamente (es menester decirlo al punto), tocante a los textos [bíblicos] que han tenido ya una interpretación auténtica y garantizada por los autores sagrados o por la Iglesia, conviene hacer comprender que, según las leyes de una sana hermenéutica, sólo dicha interpretación puede darse por válida. De no pocos textos, empero, no hay hasta ahora una explicación segura y definida de la Iglesia, y sobre éstos cada investigador puede seguir y sostener las tesis que estén probadas. Se sabe, no obstante, que en estos asuntos es menester conservar, como norma general, la analogía de la fe y la doctrina católica. En este campo, además, es necesario estar muy atentos para que (...) no se impugnen las mismas verdades reveladas o las tradiciones divinas".

La deriva

        
La ayuda más valiosa en su obra a favor de la exégesis católica, para ratificar la sustancial historicidad de los primeros capítulos del Génesis, la autenticidad e historicidad de los santos Evangelios, la autenticidad del libro entero del profeta Isaías (caps. 1-66), etc., la tuvo San Pío X en la Pontificia Comisión Bíblica, flanqueada desde 1909 por el Pontificio Instituto Bíblico, confiado a la Compañía de Jesús.

        Todos los documentos del Magisterio eclesiástico concernientes a la Sagrada Escritura son un eco fiel de la Providentissimus: la encíclica Spiritus Paraclitus(15 de septiembre de 1929); la Divino Afflante Spiritu (20 de septiembre de 1943); o la Humani Generis (12 de agosto de 1950).

        Pío XII la define, con razón, como la Carta Magna de los estudios bíblicos; repite textualmente sus palabras sobre la inspiración divina de los libros sagrados y su consiguiente inerrancia absoluta de hecho y de derecho, y concluye: "ésta, pues, es la doctrina que nuestro predecesor León XIII expuso con tanta gravedad, y que también Nos con nuestra Autoridad proponemos e inculcamos para que sea escrupulosamente mantenida por todos".

        Bien se habría podido decir con San Agustín: "llegó la respuesta de la Sede Apostólica. La disputa terminó". Pero agrega: "¡plegue al Cielo que acabe también el error!"; y, en nuestro caso, el error no ha terminado, por desgracia. A partir de 1937 se trabó una lucha sorda contra la Pontificia Comisión Bíblica y la Providentissimus Deus de León XIII por obra de los propios jesuitas del Pontificio Instituto Bíblico. Mons. Francesco Spadafora ilustró sus etapas relevantes también desde las páginas de este periódico (El triunfo del modernismo sobre la exégesis católica, sì sì no no, nn. 32 a 55).

         Con el Concilio Vaticano II y Pablo VI, el neomodernismo ha triunfado aparentemente en el campo bíblico, con el consiguiente daño para todos los demás campos: teológico (dogmático y moral) y litúrgico. Hoy la exégesis-ya-no-católica, perdida su "estrella polar", va a la deriva. ¿Hasta cuándo?
                                                                                 Paulinus



HACE NOVENTA AÑOS: LA CONDENA DEL MODERNISMO

Resumen histórico sobre el modernismo

En agosto-septiembre de 1907, San Pío X tomó una decisión dura pero valiente (la condena inapelable del modernismo) al publicar dos documentos importantes: Lamentabili y Pascendi. El primero contiene sesenta y cinco proposiciones erróneas extraídas de los escritos de Loisy y de Tyrrel; el segundo traza un cuadro monumental sobre los orígenes y la naturaleza de un error escurridizo, astuto y funesto, que invadiendo todos los ámbitos de la Fe católica acaba por transformarse en una forma de agnosticismo y de inmanentismo en materia religiosa que recoge todas las herejías del pasado. El santo Pontífice había soportado y esperado antes de pronunciar esta condena, con la esperanza de la conversión de los partidarios del "nuevo cristianismo"; pero la situación había llegado a un punto en que otro retraso resultaría fatal
El golpe mortal propinado con esta decisión pareció cortar de raíz las pretensiones de los innovadores. En los años que van de 1920 a 1940, las nuevas generaciones de seminaristas y profesores de teología no se apercibieron de que la serpiente presente en numerosas cabezas se había guarecido en los pliegues de ciertas centrales del error, dispuesta a renacer. Pío XII, que ya siendo un joven sacerdote había conocido desde las alturas de la Curia vaticana las anteriores maniobras clandestinas, se opuso a ellas en la inmediata posguerra con la encíclica Humani Generis (1950), quebrando toda veleidad de renacimiento del modernismo; pero una vez más, la condena no consiguió anularlo. En julio de 1963 Pablo VI se dirigió a la Iglesia Católica aludiendo abiertamente al modernismo como un error que, en pleno Concilio Vaticano II, recobraba vigor y arrogancia.

Había llegado el momento más apropiado para que los modernistas ocultos se lanzasen a ciertas exigencias reformistas conciliares para transformarlas en vehículo del antiguo error. En efecto, treinta años después del Concilio se puede constatar que el modernismo no solamente ha vuelto a envenenar la teología y la moral católicas, sino también a rehabilitar a los "héroes" que San Pío X había excomulgado (1907). Además, las antiguas centrales del error osaron adueñarse incluso de la historia eclesiástica para calumniar al mismo San Pío X.
Hoy puede comprenderse por qué en 1949, en vísperas de la beatificación de San Pío X, los consejeros de la entonces llamada Congregación de Ritos propusieron al Dicasterio un suplemento de investigación histórica que, añadido a las pruebas textuales  de los procesos anteriores (1923-1926 y 1943-1946), disiparía toda duda sobre la honestidad e incluso heroico comportamiento del Papa Sarto (Pío X) ante la insurrección de la insidiosa secta. Por brevedad, denominaremos a esta investigación Disquisitio. Los temores de hace cincuenta años no eran infundados: hoy, entre los historiadores del Pontificado de San Pío X se encuentran adversarios declarados del Santo Pontífice. El toque de salida indirecto para la contestación lo dio en 1965 el Card. Pellegrino, de Turín, durante la cuarta sesión del Concilio Vaticano II. Tras rendir un homenaje formal al Santo Padre en plena aula conciliar, declaró que ese periodo oscuro de la Iglesia no debía volver a repetirse. En los años siguientes se hicieron eco de su intervención,  en el campo de la historiografía, J. Aubert, S. Tramontin, H. de Lubac, Émile Poulat, Lorenzo Bedeschi, etc. Este último fundó en la Universidad de Urbino un Centro para la Historia del Modernismo; recientemente él mismo ha publicado el ensayo El modernismo italiano.Voces y rostros (1995). Según él, Pío X habría detenido a la Iglesia en posiciones retrógradas en materia litúrgica, habría animado la piedad católica en detrimento de la libertad de los espíritus, y habría cerrado la puerta a las que hoy la Iglesia considera conquistas: la exégesis "histórico-crítica" (p. 202), el libre examen sobre las Sagradas Escrituras (p. 241), la discusión sobre la conveniencia del celibato sacerdotal (pp.140-148), la educación sexual mixta (pp. 176-179), el replanteamiento del culto mariano (p. 208), etc.

San Pío X frente aL modernismo:nuevos documento(1949)

No podemos callar ante estas iniciativas "históricas". Mejor dicho, la cuestión que se plantea es si una evaluación de la conducta del Papa Sarto sería más objetiva si se basase sobre el análisis de "nuevos" historiadores que sobre la documentación objetivamente ponderada de las nuevas actas del proceso (1949-1950). Para responderla hay que recordar que la congregación de Ritos poseía un Summarium, es decir, un notable resumen de declaraciones juradas sobre las virtudes heroicas de aquel gran Papa; pero ciertos consultores (como he recordado), previendo tal vez tiempos tristes, pidieron y obtuvieron que el dicasterio nombrase una comisión histórica para ilustrar con eventuales nuevos documentos esa conducta santa y sin tacha. El relator, el franciscano Antonelli, planteó el problema en estos términos: no se cuestiona la condena del modernismo, sino los métodos, medios y personas que se utilizaron para destruir el modernismo. Para gran sorpresa suya, en 1949 descubrió en los archivos de la Congregación del Consistorio un anaquel lleno de documentos que habían escapado a los dos precedentes procesos canónicos. Con ellos habría sido posible responder sobradamente a las dudas del Promotor de la Fe (también denominado "abogado del diablo"), Mons. Salvatore Natucci, y de algunos consultores que planteaban justamente la duda de saber si la forma de actuar del Papa había sido aclarada favorablemente,  si no debía deplorarse un cierto "encarnizamiento" contra los modernistas, y si no había sobrepasado los límites de la prudencia y de la justicia (Summarium Additionale, pp. 14-17) al favorecer a grupos de personas imprudentes y no prohibir la existencia de instituciones u órganos secretos de policía "intransigente".

Los documentos de la estantería podían dividirse en dos partes.

1)Documentos que habrían podido corregir o modificar las deposiciones del proceso ya juzgadas: por ejemplo, las del Card. Gasparri, muy severo sobre el Sodalitium Pianum dirigido por Mons. Benigni, que funcionó en toda Europa como organismo secreto de información. El Card. Gasparri se había servido de un estudio de N. Fontaine (Saint Siège, Action Française et Catholiques Intégraux). De ahí venía la acusación de que las responsabilidades de ese Sodalitium recaerían sobre San Pío X. Ahora bien, los archivos de la Congregación del Consistorio demuestran que la declaración del Card. Gasparri en el proceso es insostenible.

2) La segunda parte contiene documentos absolutamente nuevos, repartidos en seis secciones:

a) Milán. Controversia sobre las acusaciones de modernismo vertidas contra el seminario diocesano por el semanario La Riscossa (que dirigían dos conocidos hermanos, Monseñores Andrea y Gottardo Scotton, de Breganze-Vicenza), cuya finalidad era atacar al modernismo en todos los frentes.

b) Milán-Pisa. El modernismo político, con referencias al Card. Maffi.

c) Roma. La Pía Asociación, o Liga de San Pío V (se trata del Sodalitium Pianum al que ya hemos hecho alusión).

d) Roma. Modernismo: periódicos, personas, organizaciones, etc.

e) Génova. El medio liberal y modernista, con abundante material sobre el rechazo del gobierno italiano al Exsequatur contra Mons. Caron, nombrado arzobispo de Génova. Este dossier concierne también al P. Semeria y al "semerianismo" genovés.

f) Perugia: los modernistas.

A partir de estos documentos y de otros escritos del Siervo de Dios Pío X, el P. Antonelli pudo construir el Summarium adicional, es decir, una nueva documentación extraprocesal de extremo interés y valor probatorio para destruir las objeciones y acusaciones lanzadas por el Promotor General de la Fe, y para destruir hoy las extrañas y malintencionadas reconstrucciones
del Pontificado de San Pío X, incluido lo concerniente a su conducta contra el modernismo.

Resultados del Summarium adicional

El cuadro de este estudio no permite exponer (ni siquiera resumir) los copiosísimos materiales del Summarium adicional, descubiertos en los archivos mencionados antes y presentados de forma organizada por el relator, el P. Antonelli.  Basta remitirse a los puntos expuestos anteriormente, tomando como principio hermenéutico la divisa que Mons. Sarto eligió cuando era obispo de Mantua y que conservó también durante su Pontificado: Instaurare omnia in Christo [instaurarlo todo en Cristo]. Todas las decisiones de Pío X estaban guiadas por un elevadísimo sentimiento de fe. En cuanto a la segunda parte de los documentos, examinemos cuatro puntos principales.

1) La conducta de Pío X hacia el seminario de Milán, dirigido hasta 1894 por el Card. Ferrari, hombre muy piadoso y activo (hoy  bienaventurado) (cfr. Disquisitio, pp.157-218). Se había convertido en arzobispo de Milán el mismo año en que Mons. Sarto era elegido Patriarca de Venecia. En Milán las raíces del modernismo eran más profundas de lo que pensaba el cardenal. El Card. Sarto había debido alejar de una parroquia de la ciudad al barnabita P. Gazzola. En Milán, Fogazzaro había fundado un centro de modernistas, entre ellos Alfieri, Casati y Gallarati-Scotti. Éstos fundaron un periódico, Il Rinnovamento, que a pesar de la denuncia de Roma en 1907 continuó apareciendo hasta 1909. En Milán se reunieron a menudo los jefes del modernismo europeo: Loisy, Sabatier, Murri. En 1908 fue fundado el periódico L'Unione, que lejos de combatir el modernismo, le era favorable.

Menospreciarme a mí,menospreciar a nadie, menospreciar al mundo y menospreciar el ser menospreciado.San Luis Beltrán
Mientras a Roma todo esto le preocupaba, el Card. Ferrari lo minimizaba hasta el punto de creer que en Milán no existía ni sombra de modernismo. Entonces intervino el periódico La Riscossa de los hermanos Scotton, en los años posteriores a 1907. La intervención irónica de este periódico iba dirigida contra el seminario, e indirectamente contra el arzobispo, que se quejó de ello en múltiples ocasiones al Card. De Lai, prefecto de la Congregación del Consistorio. Finalmente Roma impuso silencio a los hermanos Scotton. La polémica duró unos tres años. El Card. Ferrari fue a Roma en el verano de 1911 para visitar al Papa, quien le acogió amablemente. Pero el piadoso cardenal volvió conturbado a Milán, y manifestó su amargura al Papa, quien le escribió: «vuestros sufrimientos me duelen: ¡como si yo no supiera la estima que merece la archidiócesis de Milán y no apreciase el celo de Vuestra Eminencia! Por caridad, no prestéis atención a quienes os hablan en nombre del Papa alegando palabras dichas por él, según sus deseos y su imaginación» (ibid. p. 218).

¿Dónde está la imprudencia de San Pío X? ¿No debería admirarse más bien la paciencia del Papa, que sabiendo muy bien que Milán estaba infestada de modernismo, no perdió su confianza en el arzobispo? ¿Dónde está el "encarnizamiento" contra los partidarios del modernismo?

2) Pisa y el Card. Maffi (pp. 87-154).

Se trata del periódico L'Unità Cattolica, de tendencia antimodernista, impreso en Florencia (y aprobado por el Card. De Lai de acuerdo con Pío X) y que se oponía al periodismo católico de orientación opuesta: la denominada "prensa de penetración", cuyo centro se encontraba en Milán. Tenía ésta unas  consecuencias funestas, pues aunque su intención era insertar el espíritu católico en la prensa liberal, provocaba confusión de ideas en los creyentes.
Pío X favoreció el periodismo estrictamente católico, como La Riscossa de los hermanos Scotton y L'Unità CattolicaLa Liguria Cattolica, Verona Fedele, Il Berico (Vicenza), y otros diez semanarios de Turín y de Nápoles. Pero el Card. Maffi apoyaba una prensa más abierta, menos "de sacristía", aunque siempre fiel a los principios católicos. El Card. De Lai no compartía esta opinión, porque además de su déficit financiero, esta "prensa de penetración" creaba una atmósfera muelle, favorable a las novedades anticristianas.

El mismo Papa compartía esta convicción, habida cuenta de los frutos que se desprendían de ella. En Rom se difundía Il Corriere d'Italia, arquetipo de una prensa popular opuesta a las directrices pontificias. Pío X escribió a este respecto al preboste de Casalpusterlengo, quejándose de que bajo una presentación y una tipografía atrayentes, esos diarios elogiasen ampliamente  los errores propagados en libros de dudosa moralidad, e incensasen a los ídolos de moda. Es una utopía creer -escribía- que cediendo en puntos capitales de la fe y de la moral (con grave daño para las almas y para la Iglesia) podremos convertir a nuestros adversarios a las convicciones católicas. Es grave que sacerdotes y prelados apoyen estas estrategias: el católico es leal con sus enemigos, pero no oculta su fe (p. 25).

No se sigue de ahí que Pío X compartiese todos los excesos de la prensa "intransigente". Él se lo advertía al Card.  Mistrangelo, de Florencia, rogándole que vigilase L'Unità Cattolica, a fin de que no publicase noticias de adversarios hipócritas (p. 134) ni atacase a personas respetables, o por el contrario callase sobre personas eminentes.

En cuanto a los hermanos Scotton, ya se ha visto que en la áspera controversia con el Card. Ferrari, se les impuso silencio (p. 199). En conclusión, San Pío X animaba a la prensa católica, pero corregía sus excesos, al igual que deploraba la "prensa de penetración" como todavía más perjudicial.

3) El Sodalitium Pianum y la figura de Mons. Benigni (1862-1934).

Los nuevos "historiadores" del pontificado de San Pío X dirigen contra él sus flechas preferidas. Basta recordar a Smidlin (Papstgeschichte, III, pp. 162-169), Poulat, el citado Bedeschi , Tramontin, etc. Sobre la figura de este prelado y sobre su obra se han vertido torrentes de tinta. Yo me atengo a la obra que está en mi poder, que describe dos periodos en su actividad como coordinador de informaciones sobre personas sospechosas o reconocidas como culpables de modernismo: de 1900 a 1914 (año de la muerte del papa Pío X), y de 1914 a 1921 (año en que el Sodalitium fue suprimido).

Benigni conocía el alemán (había vivido en Berlín para completar sus estudios de historia eclesiástica), y estuvo en la Biblioteca Vaticana bajo el pontificado de León XIII. De vuelta de Berlín, se convirtió en profesor de historia eclesiástica en el Apollinare, en la Universidad Urbaniana y en la Academia Eclesiástica.
Esto le permitió conocer a numerosas personalidades en toda la Iglesia. En 1906 entró en la Secretaría de Estado, en la sección de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, y se trasladó al Vaticano en 1911. Al ocuparse del servicio de prensa, quedó impresionado por el progreso en Europa del socialismo y del modernismo, que (como había notado mucho antes de su condena en 1907) ya no se constituía solamente en una nueva teología, sino en una nueva visión del mundo (en el ámbito social, político, literario, artístico) para "modernizar" el catolicismo. Su aversión hacia los dos movimientos le hizo conocer a Pío X. Se ha dicho que las encíclicas Lamentabili y Pascendi de 1907 fueron elaboradas por él; no está demostrado, pero seguramente participó en idearlas y redactarlas (p. 223).

Una cosa es cierta: el 23 de mayo de 1907 (antes de la condena pontificia) fundó el semanario Corrispondenza Romana, designado por las siglas S.P. (Sodalitium Pianum), que se convirtió en una especie de agencia de información internacional sobre los peligros del modernismo. El S.P. se convirtió en un órgano que sostenía la acción de San Pío X, sus alocuciones y sus intervenciones. En Francia, el S.P. comenzó a alarmar tanto a los políticos masones que A. Briand pidió a Roma su disolución.

El Card. Gasparri se enemistó con Benigni y llamó en su lugar a Mons. Pacelli en marzo de 1911. Mons. Benigni, libre así de compromisos en la Curia, se dedicó totalmente a su actividad de informador, que intensificó. A pesar de las censuras que llovían desde Baviera contra el S.P., en julio el Papa envió al inteligente prelado una elogiosa carta; ésta impulsó a Mons. Benigni a poner en pie un órgano más eficaz: la Agenzia Internazionale Roma. El Papa envió otra carta al prelado en 1912; una tercera y última carta de alabanza le fue remitida en 1914. En 1920 quedó bajo protección del Card. De Lai, y se desplazó de la Via Arno a la Via Salaria. En 1921 se descubrió en Gante (Bélgica) una carpeta del S.P. que suscitó violentas polémicas; pero Benigni continuó y concluyó su Historia social de la Iglesia; sin embargo, ese año el Sodalitium fue suprimido.
Para un juicio sobre el Sodalitium (compuesto de un director, una "dieta" y un secretariado, y  con servicios ordinarios y extraordinarios en Roma y en los centros afiliados en toda Europa mediante la utilización de un código) hay que observar que el Sodalitium obtuvo de la Santa Sede una aprobación general, y que el Card. De Lai lo recomendó con una carta de Pío X (eso explica el envío de tres misivas de elogio por parte del Papa).

Las eventuales imprudencias o intemperancias de lenguaje no son imputables al Card. De Lai, y menos todavía al Papa. Hasta 1914 el S.P. mantuvo su tono combativo, a veces incluso violento, para defenderse contra diversos enemigos en toda Europa. Después de 1914 la actividad del Sodalitium disminuyó, en parte a causa de la guerra, y el resurgir de 1918 resultó efímero. Fue disuelto en 1920, pero ya desde 1914 Mons. Benigni  se había dejado llevar a expresiones e invectivas a veces desagradables.

En fin, el Sodalitium, a pesar de distintas tentativas de Mons. Benigni, no obtuvo jamás la aprobación de sus estatutos, sino solamente una declaración general de satisfacción por la obra realizada de 1907 a 1911. Por tanto, no puede identificarse la acción del Sodalitium con el gobierno de la Iglesia por el Papa, tanto más cuanto que el Card. Gasparri, secretario de Estado, había alejado a Mons. Benigni de su cargo.

4) La conducta de Pío X con los sacerdotes modernistas.

Pío X estuvo siempre atento a los sacerdotes en peligro de caer en el modernismo, o que se habían embarcado en el modernismo. En 1908, al recibir en el Vaticano al obispo de Chalons, le recomendó que tratase con bondad a Loisy, que había vuelto espontáneamente al estado laico (aunque había perdido la fe desde 1887). Con el P. Semeria fue paciente; fueron los superiores de Génova quienes actuaron contra el célebre barnabita y le obligaron a leer una declaración pública de adhesión a la encíclica Pascendi. En 1930, el P. Semeria mismo reconoció la obra providencial de Pío X en la lucha contra el modernismo (p. 30). El P. Genocchi, superior de los Misioneros del Sagrado Corazón, era conocido como filomodernista; en su Instituto de la Via della Sapienza acogía en su biblioteca a modernistas como el P. Menocchi, Murri o Bonaiuti; además, mantenía contactos con Losiy y Sabatier. Pío X estaba informado de todo, pero no empleó contra el P. Genocchi la virga ferrea [vara de hierro]. El 28 de diciembre de 1907, respondiendo a su felicitación de Navidad, recomendó al religioso que no faltase a sus deberes de Superior y de sacerdote, y le aseguró su afecto. Esta longanimidad de San Pío X hacia los desobedientes podría extenderse (como se lee en el Summarium adicional) a muchos otros casos. Y esto basta para medir la caridad y la prudencia del gran Papa. El "encarnizamiento" sólo puede atribuirse a los historiadores postconciliares.

Conclusión

El historiador debe estar guiado por la razón, y no por el sentimiento. No se puede estudiar el modernismo implicando a algunos "integristas" en la acción prudente, sabia, paciente y caritativa de un gran Papa. Además, todo el periodo histórico del cual hemos trazado algunas líneas debe ser tratado con la absoluta objetividad que proviene de los documentos. Y los que hemos citado del Summarium adicional constituyen una fuente esencial y de primera importancia; por tanto, no puede añadirse, a las imprudencias de algunos antimodernistas que apoyaron a San Pío X, el rencor póstumo de los "nuevos historiadores" de su Pontificado. Éstos renuevan un modernismo ya superado y desacreditado por la Iglesia y por el sentido común de los fieles.

Darío Composta